Acabo de aterrizar en mi portfolio.
Quizás un poco tarde, pero no quería lanzarme a la aventura sin tener primero una estructura clara sobre lo que quería hablar y analizar. Creo que es crucial que antes de hacer algo se tenga un esquema claro de lo que se quiere y por qué hay que considerar que eso es relevante, sino sólo podemos esperar resultados estrepitosos y que no acaben siendo del agrado de nadie. A fin de cuentas, se trata de darle nuestro propio toque personal: de dotar a nuestro portfolio de las herramientas y de las visiones más personales sobre la comunicación.
En esta primera entrada quiero hablar sobre mí y sobre mi proceso de "deconstrucción" para poder seguir evolucionando.
Desde pequeño siempre he intentado tratar desde la humildad a todas las personas con las que me he rodeado, independientemente de su sexo o género. Se puede achacar a la educación, a la genética o a factores externos, el caso es que no lo sé. Si es verdad que ser hijo de un inmigrante argelino también te abre prismas sobre otros modelos de realidad que igual una persona que no tiene ese tipo de situaciones en casa nunca llega a observar; o el hecho de acabar siendo ateo porque las influencias cristianas y musulmanas en la familia acaban por saturar, o tener que madurar un poquito antes de tiempo porque los choques culturales que se producen en casa son demasiado complejos hasta para que aquellos que los generan y que no saben gestionarlos.
Pese a que la historia de mi vida parece un spin-off de la película East is East de Daniel O´Donnell, tengo que decir que he tenido el privilegio de educarme en una familia con unos ingresos más que aceptables, y que nunca jamás me ha faltado de nada. La política ha sido uno de los ejes principales de comunicación en mi casa, y nunca he tenido problema de decir libremente que me considero progresista. Siempre me han dicho que nunca hay que avergonzarse de la ideología y de los valores de una persona, pues al final es lo más emocional e íntimo que construye el propio ser.
La visión feminista ha sido para mí el prisma más realista al que me he enfrentado nunca. Quizás también porque me ha llegado en una etapa de mi vida más madura y consciente de mi propia existencia. No diré que era el típico niño de instituto faltón y machista, pero tenía mis comentarios sexistas como todos los críos. No creo ni que lo hiciese de manera dañina, sino que lo tenía realmente arraigado como algo evidente. Fue hace ya unos seis años cuando a raíz de una discusión con una amiga, el profesor de educación física del instituto -bendito seas Jorge Fuentes- nos introdujo los micromachismos y dedicó todo un año docente a abrir nuestras mentes tanto en lo social como lo político. Al principio lo tomamos con recelo, pero poco a poco nos invadió el sentimiento de la vergüenza y la ignorancia, porque sentimos que nuestros pilares sociales estaban resquebrajados, y que nos tocaba caer con ellos.
Desde ese año, abrazo al mundo de una manera distinta, con más curiosidad e interés. ¿Cuántos prismas tendré enfocados de forma errónea?, ¿cuántas personas -físicas y jurídicas- me quedan por desmitificar? La vida es demasiado corta como para entenderla completamente, pero yo quiero pasarme el resto de lo que me queda deconstruyéndome.
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